Muchas veces pienso, en la vida que me tocó vivir.
A veces creo que tuve muy mala suerte, que la naturaleza no fue justa.
Donde yo vivo, no hay agua; y el sol nos quema durante el día y pasamos frío por la noche. La tierra es dura y seca.
Recuerdo mi infancia. La misma de todos los niños: trabajo. Aprendes a trabajar antes que a hablar, necesitamos mucho esfuerzo para vivir y la cooperación es esencial.
Entonces pensaba que en el futuro podía cambiar mi vida, que aparecería la prosperidad. No cambió nada, me casé muy joven y tuve hijos pronto. Como todas las mujeres.
Hoy me desperté antes de que apareciera el sol; mi madre ya estaba trabajando. Ni siquiera estaban mis hermanos, ellos se ocupan de traer el agua y el agua está muy lejos. Luego se la llevan a mi madre, que trabaja mucho.
Incluso tiene trabajado algunas noches, dice que la poca cosecha que tenemos no puede descuidarse.
Junto a mí no hay nada, sólo unas mantas y el polvo envolviéndolo todo, porque en mi casa el suelo es de tierra.
Otro día más igual que el anterior, mi madre vendrá y me llevará consigo y yo me dormiré atado a su espalda mientras ella trabaja. Pero no estoy sólo las otras madres también llevan a sus hijos pequeños en la espalda y nos dormimos todos juntos, tostados por el sol y mecidos por el vaivén del trabajo.
Mi madre, dice que mi mano y la de mis hermanos son las que silencian su protesta. Dice que nosotros la atamos a este modo de vida, pero no nos echa la culpa. Ella nunca se queja, dice que es la vida que le tocó pero que nos sacará adelante. Esto siempre lo dice cuando el sudor perla su frente, dice que pensar en nosotros le da fuerzas.